¿En qué tipo de universidad estudiaste, y vives independientemente?

domingo, 15 de febrero de 2009

Cocino porque me gusta

Lei con atención el último poste del compañero Jorge y tengo que decir que tiene razón... si a uno no le gusta cocinar es mejor no hacerlo y aprovechar las ventajas del menu de cinco soles, aunque ya debe haberse dado cuenta de que por su nuevo cubil los menus valen un poquito mas q eso. But I digress... en mi opinión para la persona que vive emancipado de la sazón materna cocinar tiene una serie de ventajas nada deleznables.

No se necesita tanto tiempo. En mi experiencia de cocinero amateur independiente, la comida casera no toma tanto tiempo como uno podría imaginar. La idea es cocinar usando de la economía de escalas. Es decir, por el hecho de haber solo un comensal no quiere decir que uno debería cocinar lo justo para una comida individual. Al contrario uno cocina como para cuatro y eso le dura para dos días de almuerzo y cena. Y ojo que yo tengo buen apetito, así que creanme que cada una de esas comidas esta bien servida. Entonces para una comparación justa de los tiempos que toman la comida casera y la comida callejera se debe comparar el tiempo que demora cocinar una vez (para cuatro comidas), con el tiempo que demora salir a buscar esas cuatro comidas.

¿Y el tiempo que te toma ir al restaurante?

Sabes como prepararon tu comida. ¿En cuantos restaurantes de menú puede uno ver la cocina donde preparan tu comida? Muy pocos o ninguno a mi parecer. ¿Qué tan higiénicos son? La respuesta es: ¿cómo saberlo? Como saber si el cocinero de turno se lavó las manos después de ir al baño, o después de estornudar, o si sacó una mosca de tu plato de sopa antes de servirlo. Personalmente no tengo mayores problemas en comer en la calle por esta razón, pero me imagino que para varios, estos asuntos de higiene los pueden llevar a pensar dos veces antes de ordenar se un almuerzo de cinco soles.

Él reclama su mosca. ¿Y tú?

Se come mejor. Si uno aprende a cocinar de una manera medianamente decente, la comida casera suele ser largamente superior a todo lo que se pueda conseguir en restaurantes menuceros. Cuando uno cocina para si mismo, prepara la comida exactamente como a uno le gusta y en las cantidades que uno desea. Así, no hay problemas como el menu no me llenó, el menu sabe raro, le echaron algo que no me gusta, el refresco sabe horrible, y otros tantos riesgos que suelen ocurrir cuando uno come en la calle.

Es más sano. Esta ventaja depende de las preferencias personales pues si leen la entrada inmediatamente anterior a esta, hay personas para las que da igual comer sano o no, pues total, de algo hay que morir. Ahora si uno prefiere ahorrarse los infartos, la diabetes y otros tantos males... cocinar en casa presenta ciertas ventajas. Uno elige los ingredientes que prefiere, es decir puede invertir en comer algo más saludable en vez de lo que sucede en los restaurants de menu que evidentemente eligen aquello que sea mas económico. Además, créanme que comer saludable en la calle les va a salir todo menos barato.

No es caro. Si uno cocina, puede comprar en cantidad, digamos la bolsa de 5 kg de arroz, en vez de la de 3/4 de kg, y además en el sitio de su elección, ya sea mercado, autoservicio o bodega de la esquina. Elecciones no faltan y con un poco de experiencia uno aprende cómo, dónde, y cuánto comprar.

En conclusión me parece que la comida casera no carece de ventajas para la persona independiente, divorciada de la sazón de su mamita. Sin embargo, requiere un elemento muy importante para ser efectiva: que a uno le guste cocinar. Si no se da esta preferencia, es mejor seguir el ejemplo de Jorge y comer en la calle. En caso contrario, lectores independientes (los que lo sean) atrévanse a usar sus cocinas y coman a placer.

viernes, 6 de febrero de 2009

No cocino porque no me da la regalada gana

Mi nueva invención: la cocina-reloj. Por lo menos así ese mueble me sirve algo.

Cocinar es monse. En realidad, comer es monse. Ya sé que en el Perú todos son unos fagómanos, pero yo no. Si vendieran una insípida pero nutritiva y práctica “pasta nutricional de astronauta” yo la compraría y consumiría alegremente. Así de negado soy para la comida. Y no hay reunión social en la que me encuentre en que la conversación no toque el tema de en cuál restaurante se hace el mejor ají de gallina o cebiche, o cuál chef televisivo es mejor. Aparentemente, el consenso entre la gente que conozco es que un tal "Gastón" es muy comercial. Zzzzzzzzzzzzzzzzz…


Habiendo establecido que no derivo el placer orgásmico del comer que muchos peruanos obtienen, es lógico y natural que la sazón de los menjunjes de nutrientes que consuma no me interese mucho. El menú de seis soles me provoca tanto placer como el plato de cuarenta y cinco en un restaurante fichoncito (a lo cual habría que añadir el vaso de gaseosa de seis soles y varios etc.). De un solo sopetón reduzco el gasto en “buenos restaurantes”. Y el ahorro es progreso.


No es que no haya intentado cocinar desde que me mudé por mi cuenta. Pero dado que no era una actividad que me interesara sobremanera, no progresé mucho. Me volví experto en la milanesa con arroz y papas fritas.


Todos. Los. Días.


Finalmente me hastié y dejé de hacerlo. Pero como es obvio, no fue el comer lo mismo todos los días lo que me aburrió (ya establecimos que comería “pasta nutriente de astronauta” si este fuera comercializado), sino lo fue el tiempo que me consumía. Desde el momento en que dejaba de trabajar para cocinar, hasta cuando ya tenía el plato en frente de mí, pasaban unos buenos 30-40 minutos. Lavar todos los trastes, cubiertos, vasos etc. demoraba otros 10 minutos. Pero consumía el plato en diez minutos. La proporción entre el tiempo que me demoraba en comer y el que me demoraba en preparar y limpiar lo que había preparado me pareció poco favorable. Así que dejé de hacerlo.


Pero ¿qué hacer? Para mi buena fortuna, al costado de donde vivía antes había un restaurantcillo con menú de cinco soles. Quince minutos y cinco minutos y se acabó todo el aburrido proceso de alimentarme. Unos bueno cuarenta y cinco minutos más en el día para hacer lo que me viniera en gana. Y cuando no estoy de vacaciones, igual almuerzo en mi trabajo, así que normal.


La cuestión es la cena. A veces me pongo cual monje zen y no ceno. Estoy purificando mi cuerpo me digo, entre risas. Cuando eso no basta, es full enrollado, Ramen, sánguche o cualquier cosa. Total, para mí la molestia de cocinar supera (muy) largamente el placer (prácticamente inexistente) de comer un plato de comida bien cocinado. Entonces, ¿para qué? Además, no sé ustedes, pero el Ramen me parece particularmente sabroso.


Ay Jorge, ¡pero eso es vivir como un zapoleta! Es mucho mejor seguir viviendo con la mamita para que te cocine rico lo que quieres, y que además te haga postrecito y te rasque la cabecita, quizá diga alguien. Repito (hemos establecido en este blog también que la comprensión de lectura a veces es dudosa…): No estoy obsesionado con el sabor de los nutrientes que ingiero. Son solo nutrientes. Combustible. ¿Pero y la salud? De algo me tengo que morir, digo yo. Toda esa onda “light” me parece monse. Y que las cosas “naturales” son necesariamente buenas también. El veneno de araña es natural, ¿por qué no se la inyectan?


Si no te mudas porque extrañarías la comidita que te prepara tu mamita… ¿qué te puedo decir? Aprende a cocinar tú pues. Si realmente te causa tanto placer, hazlo tú mismo (o misma). Y te aplaudiré. En última instancia, la independencia es hacer en tu propio territorio lo que uno mismo encuentre más conveniente, eficaz y eficiente; y no en lo que tu mamita crea que es lo mejor para ti. Estamos de acuerdo en que no lo hace con mala intención, pero mientras tu mamita decida qué comes, a qué hora comes, cuánto comes, etc. etc. no dejarás de ser un niño grande. Y de lo que se trata es crecer, pues.


Mamita, ¡jamás te dejaré!

martes, 3 de febrero de 2009

Encuesta 1: ¿Trabajas y/o vives independientemente?


Ya están los resultados de la primera encuesta, y habría que analizarlos brevemente. Aparentemente, la mitad de nuestros lectores viven independientemente. Esto tiene sentido, ya que muchos niños-grandes o bien nunca llegarían a este blog, o si es que llegaran se irían rápidamente y no lo validarían marcando la encuesta. Más bien el hecho de que la tercera parte haya marcado la opción de ser niños-grandes es lo que es sorprendente, no esperaba una presencia de tales dimensiones. Estos deben ser los que tienen buena correa, así que bienvenidos sean.

Son una minoría quienes han marcado las opciones de “misio” y “conchudazo”. En realidad habría esperado un mayor número de “misios” que el presentado. Y los “conchudazos” tuvieron un repunte súbito faltando pocos días para el cierre de la encuesta. Estos deben tener tanta, o más correa, que los “niños-grandes”, así que bienvenidos también.

En general, estos resultados me sugieren que los lectores de Viviendo solo son en su mayoría o gente que ya vive independientemente, o dependientes con buen sentido del humor. Obviamente, es una encuesta hecha sin ningún rigor científico. Pero este blog tampoco lo tiene, así que normal.

domingo, 1 de febrero de 2009

Los pequeños placeres de vivir independientemente 1: Los juegos de rol

¡Mi elfo le lanza una flecha mágica al minotauro mutante del futuro!

Ya rayaste Jorge, ¿cómo puede ser que en un blog en que marcas las diferencias con los “niños-grandes” reivindiques una actividad tan inmadura e infantil como los juegos de rol? La pregunta cae de madura. En una sociedad prejuiciosa como esta, este post requerirá empezar como una apología de los juegos de rol.

Para empezar, ¿por qué es infantil el juego de rol? Ciertamente, la imagen de cinco o seis adultos jugando a imaginar que son elfos, hobbits, cazadores de demonios o caballeros Jedi se puede prestar rápidamente a dicha interpretación. Quizá estuvo bueno para cuando uno tenía entre doce y quince años, pero después de eso, ya basta. Sin embargo, visto en perspectiva, prácticamente todos los “juegos” que me puedo imaginar son bien infantiles. Por tomar el caso del juego nacional, el fútbol, podemos ver que se trata de veintidós hombres (o mujeres) adultos persiguiendo una pelotita a la cual le dan de patadas para tratar de insertarla entre tres palos. Y cuando la meten saltan, gritan y bailan como niños de cinco años. O sea, si empezamos a discutir sobre inmadurez a partir de lo que uno juega, todos caen. Que algunos juegos sean más socialmente aceptados es otra cosa. Y que tú te dejes llevar por esas tendencias sociales, hace de ti una oveja.

No pues Jorge, es que esos patas son profesionales, viven de eso. Y aun los amateurs se benefician de hacer ejercicio. Touché, en ambos puntos. Pero clara señal del prejuicio social será que cuando yo diga que conozco a alguien que es un jugador de rol profesional y que vive de eso la reacción será de “oye, qué loser tu pata, eh!”, mientras que a un futbolista profesional se le puede sindicar de muchas cosas, pero no de nerd, loser, inmaduro, etc. Si uno puede ganarse la vida a punta de patear una esfera flexible, no veo qué tenga de malo que otros se ganen la vida narrando historias y entreteniendo audiencias. En fin.
¡Yo pateo la pelota mejor que tú!

Probemos entonces con otra actividad socialmente aceptada: las cartas (póker, casino, blackjack, etc.). Son un grupo de adultos sentados alrededor de una mesa jugando a las cartitas. Tengo mejores cartas que tú, ¡te gané! Uy, qué parangón de madurez. No pues Jorge, patinas de nuevo. El póker se juega entre patas, con chelas y cigarros. Y es así, de machos, porque se juega con apuestas. Excelente. Entonces, ¿el consumo durante toda la noche de sustancias que son ampliamente reconocidas como dañinas a la salud, unido a las apuestas, que es también generalmente visto como vicio, son lo que brinda a la “noche de póker” la legitimidad de la que carece la “noche de rol”? Por favor. En el rol también se juntan los patas a conversar de “cosas de hombres” (o mujeres), pero por lo general se abstienen de las apuestas. Al contrario, creo que eso es una virtud. Y en cuanto al alcohol y cigarros, eso varía de grupo en grupo.

¡Ja! ¡Yo tengo cuatro cartitas con el mismo número, soy un campeón!

Pero Jorge, igual están jugando a “mi hobbit le dice a tu elfo que hay que matar al dragón para rescatar a la princesa”. ¡Date cuenta! Válido. Una campaña de rol puede girar en torno a los clichés más grandes e infantiles de la historia de la humanidad. Pero esto no es un requisito sine qua non. He jugado campañas en que se han tratado temáticas de racismo, imperialismo, la naturaleza del bien y del mal (incluso de la banalidad del mal), la esclavitud, la legitimidad de la rebelión en caso de opresión, etc. Qué tan bien ejecutadas estuvieron dichas aventuras es perfectamente debatible. Pero de abordarse, se aborda. Y no he visto juego de fútbol o de póker en que ello ocurra (excepto los inocuos letreros de “Sácale tarjeta roja al racismo” que mucho efecto no tienen). Y la mitad de las películas en cartelera en cualquier momento dado son infantilísimas, e igual la gente las ve (y no estoy hablando de las películas animadas, ojo).

Eso es, en breve, mi apología del rol. Y si estás en desacuerdo, pues anda patea una vejiga de chancho, métela entre tres palos, grita, quítate el polo y brinca como el loco piedra de la Vía Expresa. Con eso estarás demostrando que en madurez, nadie te gana.

Y ahora sí, ¿por qué es el rol un pequeño placer de vivir independientemente? Pues bien, cuando compartes espacios con la familia, siempre hay pequeñas dificultades logísticas (que serían las mismas con el póker), pero además están las propias de una actividad vista con prejuicio. Puede venir tu hermano surfer y mirar a tu grupo de amigos con cara de qué losers son. O tu hermana-migraña a exigir que se mantengan callados. O quizá tu madre utilice acrónimos para designarlos de manera denigratoria. O la abuelita se acuesta a las 8pm así que de esa hora en adelante hay que jugar usando señales de sordomudo. A quien le guste, que le cueste, se podría decir. Es cierto, pero igual molesta, siquiera un poco. Cuando vives independientemente, asunto arreglado. Cada quien sabe lo que hace.

Por otra parte, ya hemos anotado que en esta sociedad, por las razones que se irán explorando, los jóvenes no se mudan de las casas de sus mamás. Y que jueguen rol, a patea-pelota o a las cartitas de colores no incide mucho, creo yo. Los que juegan fútbol o fulbito tienen la ventaja de que igual no se podría jugar en casa, así que se reúnen en las canchas a jugar (¡y después del fulbito viene el full vaso! Qué decadencia. Asociar el consumo de alcohol a la madurez. ¿Acaso estamos en segundo de secundaria?). Pero en un grupo de jugadores de poker o de rol, por lo general la mayoría seguirán viviendo con sus mamás. Y es poco probable que la mamá (y el papá, hermanos, primos, abuela, etc.) tolere que semana tras semana su sala (porque le pertenece a ella) o su comedor sea monopolizado para los “jueguitos”. Tarde o temprano los terminará botando. Y está en todo su derecho.

Y acá es donde entran los que viven independientemente. En sus aposentos no hay mamá que quiera tener acceso irrestricto a su sala. Uno es King of the Castle, Lord of the Manor, Man of the House. El vivir independientemente te da un espacio para jugar lo que te viene en gana sin restricciones de mamita. Y de no ser por quienes viven independientemente, es posible que la práctica del hobby terminaría languideciendo, por falta de local. Desde este punto de vista, entonces, el poder seguir jugando Calabozos y Dragones hasta bien entrados los 20s o 30s es mas bien señal de crecimiento y no de inmadurez. Y lo es porque uno lo hace en espacios propios. Porque en efecto, tener veintitantos o treintaitantos y seguir jugando a lanzarle rayitos eléctricos mágicos al orco en la sala de tu mamita como que sí sería medio problemático. Por lo menos yo sí sé que si viviera con mis padres no jugaría ahí, y mucho menos de forma regular. Hasta algo de roche me daría. Habría preferido dejar de jugar. Pero como soy independiente, sí me puedo dar ese lujo.

¡Soy un monstruo muy pero muy malo!